Carlos II había nacido el 6 de noviembre de 1661, cinco días después de la muerte de su hermano Felipe Próspero, lo que al soberano le pareció un venturoso augurio para la continuidad de su estirpe. Pero el pequeño ya mostraba una salud precaria. De hecho, hasta los seis años no pudo caminar, y a los nueve lo hacía con dificultad. También su formación intelectual era deficitaria. Sus dolencias y la preocupación por su salud hicieron que su educación pasara a un segundo término, de manera que a los nueve años hablaba torpemente, no sabía leer ni escribir y sólo podía contar hasta cien. El pequeño creció en el sombrío Alcázar de Madrid, sin compañía de chicos de su edad; su madre, Mariana de Austria, temerosa de cualquier percance, evitaba que practicase esgrima, equitación o cualquier actividad física. Cuando en 1665 murió Felipe IV, el futuro de su desmedrado hijo parecía de lo más incierto; tanto, que, en 1668, el emperador Leopoldo y Luis XIV de Francia –el Rey Sol– pac